Si los habitantes de Teruel de los siglos XIII y XIV vieron surgir el mudéjar, incluido en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en 1986, los de principios del siglo XX observaron cómo se incrustaban en su trama urbana edificios con un nuevo lenguaje arquitectónico. Dos hechos distantes en el tiempo, pero que encerraban tras ellos un argumento social específico.
Como en el resto de ciudades, la arquitectura del Modernismo turolense hay que vincularla a la burguesía local que pretendió rivalizar con la que en siglos anteriores levantó la aristocracia como símbolo de poder. Para plasmar esos deseos encuentran en Pablo Monguió i Segura, procedente de Tarragona, el arquitecto idóneo que proyecte sus obras. El tercer agente del proceso son los artesanos turolenses, que contribuyen con su gran profesionalidad a materializar las obras. Una afortunada complicidad que permite contemplar como hecho diferenciado y singular la arquitectura modernista de Teruel.
La ciudad no experimentó un incremento demográfico que posibilitara un ensanche, pero se produjo una renovación de edificaciones en el centro histórico. Es en la arquitectura civil donde aparece el Modernismo con mayor vigor. Una nueva tipología de edificio de viviendas, basada en una mejor distribución interior, mayor higiene y más ostentación en las partes visibles, hace que surjan tres elementos básicos: portal, zaguán y escaleras, que, junto con la fachada, serán para los arquitectos objeto de diseños conforme a gustos más actuales y modernos.
En Teruel trabajan arquitectos como José María Manuel Cortina, que proyectó la hermosa Ermita del Carmen, Ramón Lucini, Gregorio Pérez Arribas o Pere Caselles, al que se debe gran parte del Modernismo de Reus, antecesor de Monguió como arquitecto municipal de Teruel, y compañero de promoción en la Escuela de Barcelona. Es difícil precisar de qué manos salieron algunas obras pero, en cualquier caso, fue Monguió el principal artífice en su dilatada estancia en la ciudad entre 1897 y 1923, con una interrupción entre los años 1902 y 1908, en que se traslada a Tortosa.
Monguió se expresa, según las obras, con lenguajes del Art Nouveau, la Escuela de Glasgow y la Secession vienesa, pero siempre tamizados por la influencia directa que el arquitecto Lluís Domènech ejerció sobre él. El ejemplo más claro en este aspecto es el de la casa El Torico, cuyo análisis nos acerca al edificio que en 1905 construyó Domènech para la familia Lleó Morera en el paseo de Gràcia de Barcelona. En la misma plaza del Torico dejó su huella en la estrecha fachada de La Madrileña, en la que una elipse en posición vertical envuelve los tres pisos adquiriendo un valor simbólico excepcional junto al tratamiento de la forja de los balcones y los sinuosos huecos bajo el alero. Pero es Casa Ferrán su obra más ambiciosa e interesante. La contemplación de Casa Ferrán, nos lleva al dinamismo, a la liberación, que adquieren en los miradores y en la esquina del edificio su máximo exponente.
Los motivos basados en la fuerza de la naturaleza, en el simbolismo de lo animal y vegetal ? mariposas, tallos, hojas y flores de distintos tipos? y en líneas curvas suaves, generalmente en "golpe de látigo", son utilizados en Casa Bayo o Casa Escriche. Es admirable el gran trabajo que en todos ellos realizó el herrero turolense Matías Abad, elevando a verdadera obra de arte la artesanía del hierro. Ejemplos tardíos como la casa de Natalio Ferrán, en la calle de San Francisco, proyectada por Monguió hacia 1914, ya denotan un declive del Modernismo, que se entremezcla con actitudes eclécticas o racionalistas. Estas últimas ya están presentes en la Imprenta Perruca, proyectada por Francisco Azorín en 1912.
Sin duda el visitante disfrutará de la arquitectura mudéjar, pero en sus recorridos por la ciudad se sentirá atraído y atrapado por la arquitectura modernista de esta entrañable ciudad de Teruel.